Mi página de esta noche, y haciendo una excepcion, la quiero ceder casi por completo a una persona. Que sea ella quien vierta aquí sus líneas. Quien se muestre esta noche ante vosotros y os cuente, otro trocito más de estas tierras al Este del anciano continente. Su nombre es Lydia Alcaraz. Gaditana de nacimiento y madrileña de adopción. Devota y adicta a las letras, actriz + filóloga = Lady Drama, como ella misma se define. Dueña de una constante vitalidad. Bellísima, y con un mundo interior selecto y cálido. Emigró a Bulgaria no sólamente en busca de una oportunidad laboral, sino en busca de una oportunidad personal. Me contaba siempre que este pais le estaba curando, le estaba devolviendo cosas que creía irrecuperables. Poseedora de un indomable espíritu aventurero que le lleva a sentir la necesidad de explorar otros paises cercanos al que tenemos de acogida. Hace unas semanas visitaba Budapest. Venía muy cansada, pero maravillada a la vez. Estos últimos días, con más tiempo, ha podido asomarse hasta Grecia. Eran tan mágicas sus palabras a la hora de hacer referencia al país vecino, que le rogué que contase su viaje en este espacio web al que tanto cariño tengo. Y ésto es lo que hoy llegaba a mi correo electrónico.
De
Пловдив
a Δελφοί
CASANDRA.
Adiós madre mía, no llores; ¡oh, querida patria […]!
El
exilio nos estaba llamando a gritos, como Aquiles detrás de las
puertas de Troya vociferaba el nombre de Héctor. País de rosas, las
entrañas de Europa, una vida a la espalda, un destierro ¿…cabe en
una mochila? Ser extranjera, no ser de ninguna parte. Ser española
todo el tiempo a los ojos, grandes, abiertos, de los Balcanes, pero
ser agua, ser del tiempo. Bulgaria te da una vida entera delante, te
la pone en las manos, te la tatúa en la carne. Pero los mares
también reclaman, y quizás fue la gravedad la que me llevó a mi
este otro sur, o quizás fuese el tiempo. No sé si con pinta de
chica de generación
perdida
o de generación
engañada,
pero aquí ya no puedo hacer otra cosa que devorar, valiente,
respiraciones.
La
primavera, dormirse en Пловдив
y despertarse en Αθήνα.
Doce horas en un autobús de los noventa, correr a la Acrópolis y
abrir los ojos para que mis pestañas se estampasen contra el templo
de Atenea Parthenos (sí, grandilocuente Partenón), las Cariátides
sosteniendo el Erection… a los pies, el templo de Zeus… subir a
las colina de las Musas, deambular por Monasteraki… y beber
rakomelo
y ouzo,
lo dulce de las panaderías de las calles estrechas, y el salitre del
mar Egeo mientras suena música griega de los años cincuenta. Yo
había vaticinado tantas veces el mar Egeo (como el mar Negro, que ya
tengo en la sangre). Por supuesto que no fue todo Antigüedad
Clásica, por supuesto que las calles (también) estaban sucias y
grises, y que en las fotos no aparecen las procesiones de turistas, y
tampoco el estridente tráfico. Y que el olor a aceitunas en los
puestos era tan fuerte que te encharcaba los pulmones, y que el olor
a pescado del mercado traspasaba el del café. O que el gyros
(take
away,
modo cheaper
than)
en la plaza saben a Olimpo, pies cansados, cuando se apaga Europa
(tan en crisis, tan jodida, tan zona
Euro,
tan con una voz que te dice que tendrá que ir al ejército en otoño,
es obligatorio, tan argonauta, tan como en los periódicos), y llega
Grecia entera. Peregrinación, a Δελφοί.
Al pie del monte Parnaso, en las montañas de la Fócida… el
oráculo de Delfos (sí, allí donde vaticinar… como Casandra,
drogada)… santuario (y templo) de Apolo, santuario (Tholos) de
Atenea Pronaia.
Me senté delante de la fuente de Castalia, lié un
cigarrillo y me senté a oír a Apolo tocar la lira mientras las
musas danzaban.
CASANDRA.
Apolo, desnudándome el mismo vestido de profetisa, y
contemplándome bajo estos ornamentos el hazmerreír unánime de
amigos y enemigos, como vagabunda de casa en casa en busca de
limosna, soportaba ser llamada mendiga, miserable, hambrienta. Y ahora el profeta que me hizo Profetisa me ha conducido
a este destino de muerte: en vez del altar patrio me espera un tajo,
ensangrentado por la sangre de mi degüello.
Pero
hay que calzarse de nuevo esas sandalias tan gastadas, meter otra vez
la vida en la mochila, guardar los sabores bajo la ropa sucia,
comprar un par de postales y esperar a amanecer en София,
la carretera, tomar café en Пловдив…
y no recordar que no vuelves a tu país, que nadie te espera en
ninguna estación, que llegas a Bulgaria y llegas a casa, pero que no
es tu casa, pero que... el acento, Andalucía… los versos,
Madrid... el patio donde jugabas de niña, el amor que no fue, las
manos de mi madre, el olor a hierba recién cortada en la ropa de mi
padre… La de tragedias que había leído (Esquilo, Sófocles,
Eurípides), la de veces que había dibujado mis pies a las puertas
del palacio, un teatro en la montaña, las máscaras, las columnas
grandilocuentes alzadas al cielo… y lo que yo no sabía: que me
ardería en las venas… en la sanidad y la educación a la que se le
pone un precio, tirar la cultura por la borda, los desahucios, la
deuda que no es pública, que no hay trabajo, emigración, la
violencia de las pupilas celosas de los gritos en las calles, la
mentira… mi país.
HÉCUBA.
Tiembla la tierra, tiembla toda la ciudad al desplomarse. Trémulos
miembros, arrastren mis pies. Vamos a vivir en la esclavitud.
Creo que no pudé hablar, que me hipnoticé leyendo. Me pude imaginar durante minutos cada paisaje, cada sensación, cada momento. Me figuré su rostro y su sonrisa admirando ante sus ojos la viva historia irrepetible de aquellos griegos propietarios de la armonía y la cohesión más sencilla y a la vez más compleja. La nada, el yo, el universo, el todo, la circunferencia... "Ágora". Gracias Lydia.
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