Esta misma chispa se aviva siempre con las risas, los amigos, las ilusiones y la sensación de viajar. Con motivo de este cocktail de razones, este sábado de Pascua ortodoxa había que lanzarse a conocer alguno de los lugares que rodean a la capital búlgara. Una mochila, mi amante Nikon D60, mi compi Eloy, una "jartá de ganas" y nuestro chófer y alumno destacado el Sr. Bonchev, que nos ha llevado hasta la ciudad de Plovdiv en su coche hablándonos, durante la hora y media de trayecto, un rico y variado español. Plovdiv (en búlgaro, Пловдив) tiene una población de 376.785, siendo la segunda ciudad más poblada del país, después de la capital, Sofía. Hermanada con la vieja Salónica griega, está situada en las tierras bajas de Tracia, a la orilla del río Maritsa (otro de sus atractivos) y de las siete colinas. La población es, predominantemente, búlgara aunque también habitan en la ciudad minorías de gitanos, turcos, hebreos y armenios. Plovdiv remonta su historia hasta los 6000 años atrás, siendo más precoz que Atenas o Roma, lo que la convierte en una de las ciudades europeas que ha estado habitada durante más tiempo.
Pasear por sus calles, salvando las distancias, supone un crisol de arte y cultura, en ocasiones, similar a la Rambla barcelonesa: mimos, pintores, escritores, músicos... lo que unido a la mezcla y derroche histórico de la ciudad, hacen sentir a quien la visita la sensación de observar, sin saber en que época se encuentra. Entre las cosas que el turista que se aceca hasta Plovdiv debe visitar destacan la Mezquita Dzhumaya (mequita de viernes de la ciudad), el Museo arqueológico y el de Historia Natural, la Mezquita Imaret fundada en 1445, y las iglesias de Sveta Marina y Sveta Bogoroditsa, sin dejar de lado la pieza arqueólogica más importante y visitada de la ciudad, su Teatro romano del siglo II d.C. y descubierto en 1972 y que domina la parte alta de la ciudad con unas vistas, de las que doy fe, alucinantes.
Teatro romano de Plovdiv |
No podía hablar de Plovdiv sin nombrar al que a nivel mundial fue, y es su personaje más ilustre... que no es otro que el ex-futbolista del FC Barcelona y la selección búlgara, Hristo Stoichock. Nació en 1966 y es considera, aún años después de su retirada, como el mejor futbolista que ha dado este pais, por encima incluso de jugadores de la talla de Penev o el propio Berbatov. Protagonista del Dream Team azulgrana, Hristo llegó al Barça en julio de 1990, que pagó por él 400 millones de pesetas, y con el que ganó cuatro ligas consecutivas, la mítica Copa de Europa del 92 con el gol de "Kumi", cuatro Supercopas de España, dos del Rey, dos de Europa y aquella Recopa del 98 conseguida por B. Robson.
Al ver que eres un chico, y decir que eres español, lo siguiente que te responden es: "ohhh Barça, Hristo Stoichock" y tú te ves en la obligación una vez y otra de aceptar con la cabeza la invitación a engradecer al mítico jugador: "¡¡¡Da, много голям!!!, algo así como "Sí, muy grande" y entonces en ese momento ya obtienes la sonrisa cómplice de cualquier vecino plovdivano. ¡Que todo sea por Hristo y sus paisanos!. Como aficionado del Barcelona, personalmente, fue mi amigo Pablo Linares quien me asomó a ese balcón del Dream Team y me hizo disfrutar de aquella época de juego mágico, que quien no recuerde, solo tiene que buscar cualquier vídeo en youtube.
Tras degustar todo cuánto Plovdiv nos había ofrecido, y como no, su gastronomía, a muy buen precio, hemos regresado a Sofía, ya que a las doce de la noche tenia lugar la celebración de la Pascua Ortodoxa en todas las iglesias de la ciudad, especialmente en la Catedral A. Nevski, donde teníamos planeado asistir. Anduvimos un largo rato, para no variar y nos plantamos en la estación de autobuses. Nos habíamos mentalizado de que el transporte no sería un gran clase, pero tuvimos la suerte de ser seleccionados para viajar en un bus de época, que calculo podía tener unos veinticinco años, así a ojo, con más capas de pintura que Carmen de Mairena y una decoración interior singular con aquellos cuadros que había en casa de todas las abuelas de España que cambiaban de imagen según los mirabas de uno u otro lado. Tres reliquias!!! Y un sonido de motor... Pero hemos llegado!!! Sanos y salvos y sin excesos de velocidad. Hay que mirar siempre la parte buena.
A las doce y media llegamos a la Catedral, con nuestra vela finita en la mano, encendida y esperando a sentirnos parte de las singularidades del rito ortodoxo. Personalmente, me encantó. Se respiraba fe, respeto, silencio, tristeza y dolor tambien, devoción, sencillez a pesar de la lógica e inevitable ostentación, y creo que me deleité con un rato de paz conmigo mismo, porque fuera diferenciación, y fuera bipartidismo religioso, celebrar a Dios, no necesita, un idioma, ni unas costumbres únicas por excelencia. Entré por una puerta lateral con mi vela encendida, y tras la misa salí por la principal y dimos una vuelta a la catedral... y aunque no se si está bien en ese orden...que más se puede pedir???. ... "rito"
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